Entendemos
como Base de Datos un conjunto de datos estructurado y almacenado de forma
sistemática con objeto de facilitar su posterior utilización. Una base de datos
puede, por tanto, constituirse con cualquier tipo de datos, incluyendo los de
tipo puramente espacial (geometrías, etc.) tales como los que se utilizan en un
SIG, así como, por supuesto, datos numéricos y alfanuméricos como los que
constituyen la componente temática de la información geoespacial. Los elementos
clave de la base de datos son esa estructuración y sistematicidad, pues ambas
son las responsables de las características que hacen de la base de datos un
enfoque superior a la hora de gestionar datos.
Imaginemos,
por ejemplo, el caso de un ingeniero encargado de planear la instalación de un
tendido eléctrico a través de nuestra zona forestal de ejemplo. Sin duda,
deberá emplear datos tales como Modelos Digitales de Elevaciones, capas de
zonas protegidas o capas de arbolado para establecer el trazado óptimo y
estimar costes de la línea, entre otras tareas. Si en una situación ideal este
ingeniero estaría en comunicación con el gestor forestal y ambos compartirían
sus conocimientos dentro de un equipo multidisciplinar, también en lo referente
a los datos debería existir una comunicación igual que implique, ente otras
cosas, un uso compartido y convenientemente coordinado de ellos. En otras
palabras, los datos también tienen ese carácter multidisciplinar y deben dejar
de verse como algo propio de un uso particular, para concebirse como un conjunto
global del que se benefician muy diversos usuarios.
Establecer
un uso compartido de los datos en una situación como la anterior no parece
difícil, ya que simplemente se trata de dos profesionales que realizan tareas
relacionadas y que, de un modo u otro, van a tener un contacto directo. El
gestor forestal puede sencillamente dar una copia de sus datos al ingeniero y
este podrá trabajar después con ellos de forma independiente. Aunque los datos
con que trabajen son inicialmente los mismos, en realidad esta práctica da
lugar son dos copias aisladas que constituyen dos universos distintos.
La
situación real, sin embargo, es habitualmente mucho más compleja, y utilizar un
esquema de colaboración como el anterior puede ser imposible, carecer por
completo de sentido, o tener un buen número de consecuencias negativas. A
medida que aumenta el número de usuarios, resulta menos recomendable que cada
uno trabaje con sus propios datos y se los hagan llegar entre ellos a medida
que los necesitan (una realidad que, desgraciadamente, se presenta con más
frecuencia de lo recomendable). No debe olvidarse que un conjunto más amplio de
usuarios que trabajan de esta forma y son ellos mismos quienes gestionan sus
propios datos, implica directamente un número también más elevado de
aplicaciones informáticas y de formatos de archivo, complicando enormemente el trabajo
coordinado en cuanto el equipo tiene un tamaño medio.
Es
probable además que existan usuarios dentro de una misma organización (por
ejemplo, un organismo público) que aunque requieran para su trabajo datos
similares, no tengan contacto alguno entre sí. Aunque los usuarios sean
independientes, sus datos no lo han de ser necesariamente, y en una situación
ideal deberían acudir a un repositorio único de datos del que cada cual tomaría
lo necesario, en lugar de basar su trabajo en un conjunto de datos fragmentado
y difícil de gestionar.
Pensemos
en un dato que pueda ser de interés a varios usuarios, como por ejemplo una
capa de vías de comunicación. A nuestro gestor forestal le será de interés
para, por ejemplo, saber qué medios de acceso existen en caso de tener que
hacer frente a un incendio. Lo más relevante de esas vías será su trazado, es
decir su geometría, y tal vez el tipo de vía de que se trata, para poder
conocer la velocidad a la que se pueden desplazar los medios de extinción.
Otros usuarios, por su parte, pueden necesitar parámetros distintos como el
volumen de tráfico medio de cada vía. Si todos ellos tienen una capa de vías
con los parámetros asociados que necesitan para su trabajo, nos encontramos con
una innecesaria redundancia de la componente espacial (las geometrías), y una
dispersión de la componente temática, que resultaría más conveniente mantenerla
agrupada.
Pensemos
ahora que el gestor forestal detecta un error en el trazado de una de las vías
y lo corrige. Esa corrección no estará disponible para los restantes usuarios,
que pueden a su vez efectuar modificaciones similares que no redundarán en una
mayor calidad de los datos con los que trabaja el gestor forestal, ya que, pese
a utilizar datos similares, trabaja con su propio conjunto de datos. Incluso si
en algún momento todos estos usuarios deciden poner en común sus datos y
unirlos, esta operación puede ser muy compleja o incluso, como sucede
frecuentemente, imposible de realizar. Por su parte, otros usuarios pueden
añadir una nueva variable temática, como por ejemplo un índice de
siniestralidad de la vía, el cual, si bien tal vez no resulte de utilidad
inmediata para muchos usuarios, en un futuro sí pudiera serlo. Una vez más,
estos nuevos datos no quedan a disposición del resto de usuarios, y en caso de
serlo, no lo hacen en conjunto con datos similares, sino como un dato aislado
de los restantes.
En
definitiva, es complejo gestionar de forma adecuada los datos en el momento en
que estos alcanzan un ámbito más allá de lo personal, y las prácticas más
habituales basadas en una gestión «manual» de un conjunto de ficheros no son
una opción adecuada. La solución para lograr esa necesaria gestión centralizada
de los datos son las bases de datos y también, como veremos más adelante, los
sistemas gestores de bases de datos, que representan la interfaz entre las
bases de datos y los distintos usuarios.
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