jueves, 24 de mayo de 2018

¿QUÉ ES UNA BASE DE DATOS?



Entendemos como Base de Datos un conjunto de datos estructurado y almacenado de forma sistemática con objeto de facilitar su posterior utilización. Una base de datos puede, por tanto, constituirse con cualquier tipo de datos, incluyendo los de tipo puramente espacial (geometrías, etc.) tales como los que se utilizan en un SIG, así como, por supuesto, datos numéricos y alfanuméricos como los que constituyen la componente temática de la información geoespacial. Los elementos clave de la base de datos son esa estructuración y sistematicidad, pues ambas son las responsables de las características que hacen de la base de datos un enfoque superior a la hora de gestionar datos.

Imaginemos, por ejemplo, el caso de un ingeniero encargado de planear la instalación de un tendido eléctrico a través de nuestra zona forestal de ejemplo. Sin duda, deberá emplear datos tales como Modelos Digitales de Elevaciones, capas de zonas protegidas o capas de arbolado para establecer el trazado óptimo y estimar costes de la línea, entre otras tareas. Si en una situación ideal este ingeniero estaría en comunicación con el gestor forestal y ambos compartirían sus conocimientos dentro de un equipo multidisciplinar, también en lo referente a los datos debería existir una comunicación igual que implique, ente otras cosas, un uso compartido y convenientemente coordinado de ellos. En otras palabras, los datos también tienen ese carácter multidisciplinar y deben dejar de verse como algo propio de un uso particular, para concebirse como un conjunto global del que se benefician muy diversos usuarios.

Establecer un uso compartido de los datos en una situación como la anterior no parece difícil, ya que simplemente se trata de dos profesionales que realizan tareas relacionadas y que, de un modo u otro, van a tener un contacto directo. El gestor forestal puede sencillamente dar una copia de sus datos al ingeniero y este podrá trabajar después con ellos de forma independiente. Aunque los datos con que trabajen son inicialmente los mismos, en realidad esta práctica da lugar son dos copias aisladas que constituyen dos universos distintos.

La situación real, sin embargo, es habitualmente mucho más compleja, y utilizar un esquema de colaboración como el anterior puede ser imposible, carecer por completo de sentido, o tener un buen número de consecuencias negativas. A medida que aumenta el número de usuarios, resulta menos recomendable que cada uno trabaje con sus propios datos y se los hagan llegar entre ellos a medida que los necesitan (una realidad que, desgraciadamente, se presenta con más frecuencia de lo recomendable). No debe olvidarse que un conjunto más amplio de usuarios que trabajan de esta forma y son ellos mismos quienes gestionan sus propios datos, implica directamente un número también más elevado de aplicaciones informáticas y de formatos de archivo, complicando enormemente el trabajo coordinado en cuanto el equipo tiene un tamaño medio.

Es probable además que existan usuarios dentro de una misma organización (por ejemplo, un organismo público) que aunque requieran para su trabajo datos similares, no tengan contacto alguno entre sí. Aunque los usuarios sean independientes, sus datos no lo han de ser necesariamente, y en una situación ideal deberían acudir a un repositorio único de datos del que cada cual tomaría lo necesario, en lugar de basar su trabajo en un conjunto de datos fragmentado y difícil de gestionar.

Pensemos en un dato que pueda ser de interés a varios usuarios, como por ejemplo una capa de vías de comunicación. A nuestro gestor forestal le será de interés para, por ejemplo, saber qué medios de acceso existen en caso de tener que hacer frente a un incendio. Lo más relevante de esas vías será su trazado, es decir su geometría, y tal vez el tipo de vía de que se trata, para poder conocer la velocidad a la que se pueden desplazar los medios de extinción. Otros usuarios, por su parte, pueden necesitar parámetros distintos como el volumen de tráfico medio de cada vía. Si todos ellos tienen una capa de vías con los parámetros asociados que necesitan para su trabajo, nos encontramos con una innecesaria redundancia de la componente espacial (las geometrías), y una dispersión de la componente temática, que resultaría más conveniente mantenerla agrupada.

Pensemos ahora que el gestor forestal detecta un error en el trazado de una de las vías y lo corrige. Esa corrección no estará disponible para los restantes usuarios, que pueden a su vez efectuar modificaciones similares que no redundarán en una mayor calidad de los datos con los que trabaja el gestor forestal, ya que, pese a utilizar datos similares, trabaja con su propio conjunto de datos. Incluso si en algún momento todos estos usuarios deciden poner en común sus datos y unirlos, esta operación puede ser muy compleja o incluso, como sucede frecuentemente, imposible de realizar. Por su parte, otros usuarios pueden añadir una nueva variable temática, como por ejemplo un índice de siniestralidad de la vía, el cual, si bien tal vez no resulte de utilidad inmediata para muchos usuarios, en un futuro sí pudiera serlo. Una vez más, estos nuevos datos no quedan a disposición del resto de usuarios, y en caso de serlo, no lo hacen en conjunto con datos similares, sino como un dato aislado de los restantes.

En definitiva, es complejo gestionar de forma adecuada los datos en el momento en que estos alcanzan un ámbito más allá de lo personal, y las prácticas más habituales basadas en una gestión «manual» de un conjunto de ficheros no son una opción adecuada. La solución para lograr esa necesaria gestión centralizada de los datos son las bases de datos y también, como veremos más adelante, los sistemas gestores de bases de datos, que representan la interfaz entre las bases de datos y los distintos usuarios.

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